miércoles, 31 de mayo de 2017

Nadaísmo primordial

Cierro los ojos y el otro soy yo, y la nada se me hace todo pero al fin y al cabo nada comprendo y todo no se explica. La oscuridad me mira con los ojos penetrantes de las estrellas, y la luna, se abre como una puerta de metal blanco, giro su picaporte de plata y veo una guerra de lágrimas en donde yo soy el que lleva la ametralladora melancólica. Cierro los ojos y abro la mente como un libro, de mil páginas y pasta dura, rojo como una herida recién hecha; el mundo se hace tan poco para los muchos que somos nada, y todo a la vez, todo a la vez es tanto, demasiado para un alma libre atrapada en la ironía de una novela repetitiva y absurda. Qué equilibrios y qué ingenierías tan terribles desarrollan los arquetipos y acomodan los destinos en las manecillas de todos los relojes, que tampoco son nada; todo lo que diga podría ser utilizado en mi contra, pero en mi contra ya no puede haber nada, pues ya no tengo ni sombra, ni brújula de ningún tipo. En mi perchero yacen mis alas como un disfraz que ya no uso, y el tiempo las ha cubierto de capas de polvo y ha puesto en mi espejo la máscara del olvido, que se parece a tu rostro y, te recuerdo. En mis cuadernos se desangran mis notas y se convierten en poemas fantasmas que ya a nadie asustan. Cierro los ojos y envidio al ciego. Cierro los ojos y al fin veo la verdad del mundo.

El circo de los recuerdos

Pintura: George Hyde Pownall




Papá decía que una vez, hace mucho tiempo, se enamoró perdidamente de una acróbata de un circo argentino que había desembarcado en su pueblo natal, Támesis. Se quitó los lentes y los abandonó sobre el mesón de cristal, para poder contarme la historia con el alma queriendo saltarle de los ojos, al insondable vacío del mundo. Un rayo de luz perforó los vidrios de los lentes, haciendo brillar el contacto contra la mesa, como si un fantasma quisiera rasgar la realidad y volver del pasado para adueñarse del presente. Él sostiene siempre que los ojos son las ventanas del alma, y que hay que hablar siempre mirando fijamente, para intermediar con la otra alma que atenta nos escucha; presionó la frente sobre las cejas cubiertas por la nieve de las canas, y me dijo con la voz queriendo romperse sobre sí misma: "Vea hermano, esa mujer me volvió loco, pensé en dejar todo e irme con el circo argentino por el mundo, ella me dijo que podía empezar vendiendo globos de colores y tomando fotos de vez en cuando a los niños, sobre el lomo gris de los elefantes enmascarados, que ella me iba enseñando a volar con el tiempo, que eso se aprendía con práctica". Yo me interesé mucho por saber cómo era la mujer, qué azar de la genética y el destino lo habían hecho enmudecer hasta ese punto que rayaba casi la veneración, y lo único que me dijo es que cualquier hombre se hubiese ido con el circo a envolver el mundo entero, con tal de verla volar como un milagro entre luces y aplausos todas las noches. Yo, su hijo, me la imaginé hermosa y radiante, pues sé que es un hombre muy fuerte e incluso frío y distante, más sin embargo vi cómo esas ventanas eran empañadas por una lluvia que identifico como los recuerdos que, lejanos viajan a través del tiempo. Me dice también, que cada vez que sonaba el disco "Muchacha de circo" bebía hasta quedarse dormido, solamente para terminar topándose con ella en sueños, y que si lo consigo compra media. Cuando el circo hizo maletas y se fue, el recuerda con atroz claridad que ella, le dejó una carta con el flaco vigilante delLOTE, y que entre muchas de las cosas que decía, una frase todavía tiene un eco singular en las cavernas de su memoria: "Vos y Támesis son lo más lindo que me llevo de Colombia", la carta estaba escrita en el reverso de un tiquete de entrada a la última función. 




Un mundo de sombras


1.


Todos somos padres de nuestra propia oscuridad, arquitectos de nuestro propio silencio. Creadores de mundos de papel y sueños de algodón que se orillan en las nubes, y desaparecen en la profundidad de la noche, conforme ésta crece y de expande como un tumor secreto e incontrolable, se procede con rigor y se nos muestra el rostro verdadero que comprime todas nuestras emociones, y a veces no es agradable. Continuamos tejiendo las sombras que nos mantienen en búsqueda constante de la luz, y nos pinchamos con la plateada aguja que estaba al servicio, y nuestra sangre canta un jardín de rosas negras, que se esparce a nuestros pies como un repentino brote de una sobrenatural primavera. Las almas de las sombras se conmueven y deciden habitarlo, y deciden reproducirse, y deciden oscurecer todo lentamente, como una tarde pausada de verano. La noche nos justifica, camufla las heridas y nuestros fantasmas juegan a ser nosotros, durante las breves treguas del insomnio, y ahí, comenzamos a ver pequeñas velas, anunciando nuevas puertas, y también pequeñas ventanas, anunciando nuevos mundos. Caminamos en compañía secreta de nuestros vacíos, de la mano helada de nuestros desconciertos, sobre los hombros de nuestros miedos, y abrimos esas puertas y saltamos por esas ventanas; así que siempre tenemos que estar volando, chapaleando en el aire, con fé en lo imposible. El reloj ha dejado de importar tanto, siempre fue muy poco queriendo ser mucho, quizo encerrar nuestro destino y hemos descubierto que queremos ser libres. Deseamos ser guiados por el movimiento atmosférico de las nubes, por la temperatura del aire y la posición angular de las estrellas, ninguna nube es eterna y en eso somos iguales a ellas. El tiempo nos va marchitando, como el fugaz segundo que ya no existe. Nos disminuye como el verso memorable que nuestra memoria ha perdido. El espejo no ignorará nuestras canas y reflejará con ahínco nuestras arrugas. Pero hay algo que ni el espejo ni el tiempo pueden manipular, no pueden deteriorar esa sombra que nos abraza, ni la luz que se nos promete.

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