lunes, 30 de enero de 2017

Sofía y la sangre (1)

1.

Se llamaba Sofía, y sus cercanos le decían Sophie, por gusto o elegancia. Filoso nombre lleno de aristas y contrastes; quién puede pronunciar su nombre sin caerse por dentro, sin derramar en su mente una secreta lágrima, nadie, nunca. Sofía suena a olvido, a perplejidad, es un nombre que al desenredarlo de la lengua, pareciera estar lleno de sangre y dolor. Era de estatura baja, blanca como la hoja limpia de un cuaderno nuevo, intocable, para evitar cualquier tipo de huella. Los labios los tenía hecho pedazos, demasiados medicamentos para poder vivir. Y para Sofía vivir significaba dormir. Su vestido favorito era su pijama blanca y fantasmal, que al tiempo, se confundía con su piel, en una fusión glacial. Tanta nieve reunida en un solo cuerpo. El cabello le caía por la espalda, rojo como una cascada de fuego. En minúsculos anillos dorados que se devoraban los unos a los otros y se desdibujaban al final en una perspectiva volcánica.

2.

Esta mujer, tenía un enorme problema, que para quien lee, podría sonar chiquitín y algo absurdo. El problema o el inconveniente, es el siguiente: la perfección, el orden matemático, la geometría de la belleza, la estética obsesiva. Sofía, no podía salir al mundo, si en verdad, al mezclarse con un espejo, sentía que era perfecta, verdaderamente hermosa y pura. Pobre Sofía, pobre espejo, pobre estómago. Sofía, sentía enloquecer si sus libros no estaban ordenados por gama de colores. Sofía, estaba loca por que todo en su cuarto estuviera ubicado en una periferia triangular, que solamente ella podía descifrar, entender y organizar. Al punto tenebroso, de creer que si un libro fracasaba en su orden matemático y científico, o si un objeto estaba fuera de lugar, no era perfecta, así que no podía salir al mundo, debía permanecer bajo las sombras de su habitación, por un poco más de tiempo. Se indisponía con el horror de quien ve un muerto por primera vez, si una de sus medias estaba sin acompañante. Así que Sofía, debía esperar un día más, volverlo a intentar como si se tratara de un juego, para mi modo de ver, macabro. Sofía, no salía hace seis meses, hace seis meses no lograba completar su rutina perfecta. Quería ser perfecta porque su madre siempre lo leyó en voz alta, con los ojos inundados de palabras de la Biblia: "Ser perfectos, como el padre celestial es perfecto".

3.

El padre celestial de Sofía, era su pastilla para dormir; le permitía guardar la esperanza de vivir unas horas más. Sofía, siempre creyó que había vivido demasiado y había recibido muy poco. Su evangelio, el orden inmaculado. Y predicaba este evangelio todos los días, en una engorrosa rutina, que se aproximaba al desastre. Al levantarse tenía que verificar que cada libro, estuviese detenido, es decir, señalado, en la página que le correspondía, según la ubicación que tuviese en el espectro de colores que ella, en su mente componía. Después, debía lavarse primero las manos y luego los ojos, porque una vez leyó en un libro, que para ser perfectos como el padre celestial es perfecto, no puede uno tocarse los ojos después del sueño, sin antes lavarse las manos, que porque la pereza se apoderaba del cuerpo, y que la pereza era un demonio. Sofía, lo hacía nueve veces, antes de parecerse a Pilatos.

4.

Al desayunar, tenía que beber un vaso de agua hirviendo, porque así su cuerpo eliminaría de sus venas todas los elementos tóxicos; sería perfecta por dentro, limpia de todo mal. El caso es que, Sofía comía muy poco, como para tener en sus venas cualquier tóxina. Por cierto, las venas de Sofía, se veían como ríos verdes al interior de su piel, lastimadas por el tiempo y sus "errores". Sofía, tenía veintiún años. Cada año, era el equivalente a mil heridas. Cada año era básicamente un año menos, una proximidad a la muerte. 

5.

Si olvidaba uno de los pasos del ritual, Sofía recurría a su salvación, se cortaba con pulso de relojero, una de sus venas, abriendo un pequeño orificio lo suficiente de profundo, hasta derramar la cantidad de sangre equivalente al peso de su falta. Sofía, guardaba esa sangre en unos vasitos de sal, que almacenaba en el penúltimo cajón de su mesa de noche, cada nuevo vaso era más grande que el anterior. Su madre dejó de comprar saleros, cuatro años atrás. Elegía el penúltimo cajón, porque siempre se decía a sí misma que era la última vez que lo hacía, y esa última vez nunca llegaba. Ya ven, con Sofía todo estaba vinculado.

6.

Sofía, sabía que nunca llegaría el día en que fuera totalmente perfecta, todos sus intentos por convertirse en un ser angelical, eran frustrados y creía que con el pasar del tiempo, se estaba convirtiendo en un demonio. Y esto poco a poco la fatigaba, ya no le quedaban venas para herir, ni hombres que pronunciaran su nombre y se vinieran abajo. Sofía, sabía que estaba muerta. Sabía que era una maldición con piernas, su padre alguna vez se lo dijo mientras cenaban. Sofía, era un suspiro andante que nadie captaba en sus pulmones. Sofía, se argumenta morir, durante cinco años durante todos los días.

7.

Se va a lo alto de una torre, que se erguía triunfal en la cima de la montaña más alta de su pueblo, hecha de piedras pulidas. Sofía combina su pie en el primer escalón, y se deja llevar hasta ahogarse de cansancio exactamente en el piso catorce, con su camisón blanco intacto. El cabello ordenado según su rutina, las manos recién lavadas, todo correcto, dispuesto y triangular. Se lanza sin pensarlo dos veces y su vida pasa al revés, como una cinta proyectada en su mente. Recuerda el día que conoció el lago y jugó con las golondrinas, mientras sus padres descansaban juntos, al interior de la sombra de un árbol imponente. Se detiene allí como en la foto que decoraba su mesa de noche, y todo se diluye en esa imágen, incluso la muerte muere allí. Sofía, desaparece del mundo, ordenadamente.

Desesperación

Me levanto de la cama, como flotando entre las nubes.

Mi esqueleto apenas se pone en pie, recibe todo el terrible peso del ser.

Y en mi corazón florece, una rosa que nunca tuve.

El tiempo se diluye.

Respiro, y se evapora el camino que sigo.

Mis pies ya han abandonado su papel de testigos.

Y al aire le escucho decir que todo se trata de un eterno olvido.

El mundo para de girar y mi mar empieza a variar.

Me ahoga.

Me va tragando, como el ritmo de un tango que nunca ha de parar.

Me voy de mí, conmigo.

Imposible deshacerme.

De noche cambio de color

Alguien me dijo un día, que la noche es la afirmación de que Dios existe. Y esa frase no me podría parecer más acertada y pertinente; esta persona murió de noche. Si consideramos el hecho de que, cada estrella representa en sí misma, a un alma que de tanto calor atrae a gentiles cercanos, a danzar a su alrededor. La noche sería una composición de profunda elaboración que Dios entrega al hombre, y selecciona a la mujer como protagonista. La noche, semejante a Dios. La noche introducida al interior de un cigarrillo. La noche consumiéndose. Todos estos son aspectos poéticos. Sin embargo, la adoración de la estética de la noche, está profundamente enterrada en el hombre; de noche estas raíces se movilizan, y crean una red de árboles, que se alimentan con la luz de la luna. Y estos árboles entregan ideas, preguntas y también respuestas. Judas, yace colgado de estos árboles y espera la respuesta correcta o la pregunta fallida.  En una ocasión, entregué y expuse la teoría, si se quiere poética, de que el insomnio era el árbol gestor del fruto prohibido. Que quien lo come, se encuentra a sí mismo desnudo y solo. Esta vez, mi deseo es entregarles la teoría certera de que, la noche empareja todos los quistes de la humanidad. De noche, los colores se sustraen de sí mismos y se unen; uno no sabe si la luna es verdaderamente blanca, amarilla o azul. Si las nubes están envueltas en un negro carbón, o se trata de un violeta opaco. Todo se une, las formas al adquirir poco a poco, con las horas, con la lentitud de un reloj de arena, las picos más altos de la noche; se disuelven, se escapan, dilusión cósmica. De noche cada uno brilla, con el color que le corresponde o bien, al que tiene acceso. En mi caso, destilo una luz azul inmortal. 

Rembrandt, vaya a saber usted. 

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