La mujer, entregada a lo desnudo, a la cuántica sustancia de la libertad. Se ve, a sí misma, y ante los demás, como una harina derramada sobre una historia sin título. Todo lo que no tiene nombre es eterno. La mujer, no tiene nombre y su cuerpo tampoco, el nombre de mujer, es igual al invento del nombre de un planificador cósmico: Dios. El cuerpo, los senos sinceros, como dos bolsas de agua. El agua, como diminutas bolsitas de senos saliendo de sus poros, partículas de leche azul. El cabello, como hilos militantes del fantasma del aire. Golpeando rostros, interfiriendo bocas, quedándose en suéteres tejidos, produciendo recuerdos. Los labios, bailando un discurso. Los muslos imposibles, fornidos como dos montañas de tierra negra. Los pies, como infiernos de brotadas venas de sal y savia. Las palmas de las manos, recostadas contra el vidrio, rosadas de presión. El sexo es el camino doble.
"Dicen que a través de las palabras, el dolor se hace más tangible, que podemos mirarlo como a una criatura oscura, tanto más ajena a nosotros, cuanto más cerca la sentimos".
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