No es acaso la caída, otra forma de volar y expandirse. No es el adecuado impulso para descender, como un Dante, a palpar los infiernos personales a escondidas de Virgilio. Hemos de morder nuestro propio cuello, para verificar en nuestra propia sangre la bondad del río que se estira alrededor de nuestra casa. Quien cae, guarda en la yema de sus dedos la promesa de levantarse. El gris que destila la tormenta, cultiva el dorado del futuro. Es el hombre un árbol de deseos, cuyos frutos están mojados por la amargura. Y esta amargura le entumece la garganta, le paraliza la voz. Y cae en espiral, cae como un imperio, se viene a bajo como la torre que intentó llegar al cielo, y al final, en un breve instante de valentía, la pasión por todo lo que significa vivir, crece en su espalda en forma de plumas blancas, y combate rebelde en contra del viento.
"Dicen que a través de las palabras, el dolor se hace más tangible, que podemos mirarlo como a una criatura oscura, tanto más ajena a nosotros, cuanto más cerca la sentimos".
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