miércoles, 10 de mayo de 2017

Hoy y ayer



Me he puesto al frente de un ejército de idiotas, todos están gravemente intervenidos por la luna: lunáticos. Sin embargo, tengo la esperanza de ser un ignorante, eso sí, con alas. Pero los demás me empujan, y cuando miro a detectar los culpables, todos se ordenan rápidamente como en una fila de hormigas, encaminadas a la fumigación final. Qué se podía esperar de ustedes, de ellos, de nosotros: nada, nunca. Estoy harto de propinarles palabras de consuelo, de darles aliento, de encender antorchas en sus miserables caminos escarpados de rocas afiladas, y regalarles mis cigarros, por Dios... los míos. Ustedes ni si quiera saben fumar bien, pandilla de cretinos, fanáticos de sus yoes y costumbres. Lo hacen para llegar más tarde a sus casas pues no se aguantan a ustedes mismos, y lo peor, mascan chicle. No mezclan el humo que desprende el tabaco con sus pensamientos, y así, fumar se convierte en un vil capricho pasajero, en una absurda niñería de categorías insuficientes. Cuando deje de pensar, dejaré de fumar, por el momento seguirá la sideral danza de mis palabras con el humo. No puedo ayudarles a sostener su cruz, porque su pegajosa sangre me dejaría adherido, como una mosca atorada en la miel de un cultivo, conservo el valor de la dignidad. Prefiero verlos pedir agua y llevarles vino, eso sí me lo agradecerán, a medida que el vino haga efecto, claro. En fin, esto no es más que una aclaración incompetente, trivial, vacua y también banal, de sus dudas para conmigo, que no son más que las dudas que tienen con ustedes mismos. Y sé que a muchos les arden mis párrafos, porque creen que son los notarios del intelecto, del cerebro, incluso del tiempo: ¡Já!... Lanzan su veneno como sapos, por eso uso gafas, ya me habrían dejado ciego. No tengo tiempo para pedirles la hora y sé que eso los desespera, quieren meterme en una maleta de números y yo soy una simple letra. Soy un maestro de la desesperación y ustedes escuchan toda la clase, colocando el oído sobre un vaso de mermelada rancia en la puerta.

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