martes, 29 de agosto de 2017

El código de la noche

Fotografía: Margaret Durow

Había caído la noche, como una persiana azul de mil ojos, agujereada por las luces lejanas de ángeles blancos y redondos, que la ciencia ha juzgado con el nombre de estrellas. Lucía, habías salido a correr y pensaste regresar a casa antes de que cayera la noche, pero las estrellas como siempre te atraparon; todo el peso del mundo cayó sobre cada uno de tus hombros, y no te quedó más remedio que sentarte a mirar el cielo, que apenas y abría su función de luces y sombras, indicando las siete de la noche, nuestra hora favorita, porque una vez me dijiste que reencarnarías en una luciérnaga. De un momento a otro comenzaste a sentirte pequeña, ese bendito vicio tuyo de creer que no eres nada, te sentías tan pequeña como una idea recién imaginada, y tan frágil como una gota de lluvia deslizándose por la ventana, casi y no puedo verte, casi y te pierdo (aunque bien sabes que volvería a recuperarte). Recordaste que te sentías sola, infinitamente sola, tan sola que la locura había empezado a germinar en tu mente orquídeas de amargura, y comenzaste a creer, durante meses, que la soledad  era otro tipo de compañía, que solo la sabiduría entiende. Ahí me di cuenta que sí podías escucharme, que los dos estábamos locos, ahí me enteré que siempre estuvimos y estaremos juntos. Ay Lucía, si supieras que también somos las estrellas que miramos, nuestra sangre es la descomposición paulatina de la luz, nuestras carnes son la vaga imitación de las densas nébulas que naufragan por el espacio, y que sueñan encontrar a Dios en el ombligo invisible del cosmos. Así mismo, como tu sueñas encontrarlo a él, navegando en el sorbo del último café del día. Te he visto caminar durante horas, silenciosa, en las noches más frías, pareciera que te gusta combinarte con el hielo, quizás por eso siempre que te recuerdo me sirvo una cerveza fría. Sobra hacerte saber la tristeza que se aloja en tus ojos, y sobra hacerte saber, la felicidad que quiere estallar en tus labios, tanto más extraño esos. Vas secreteando canciones, como un cuervito que nunca pudo aprender el canto de las otras aves, y te tambaleas de vez en cuando, justo en el momento que caen sobre ti los relámpagos de la nostalgia. Eres una cajita de sorpresas, porque a pesar de todo, nunca he podido descifrar tus horarios, solo sé que te gustan las noches de agosto, porque hay una estrella casi azul y muy blanca, de la que se desprende un hilo, y ese hilo te conecta conmigo, amarra tu cintura a las palmas de mis manos, para que yo pueda dibujarte cuando las uvas del vino me inspiran. Sí, aunque esté yo al otro lado del mundo, aunque diez mil infiernos nos distancien. Sirvo el vino y el fuego se apaga. Sé que la miras cuando yo la miro, y si en ese momento las lágrimas asoman, es porque estamos haciendo un dueto de melancolía, que los mismísimos ángeles coordinan, para conmover el paraíso que perdimos. Nunca hemos estado completamente separados, gracias a esa estrella que nos conecta en las noches y nos olvida en las mañanas, y si olvidamos quién somos, el caudal del insomnio trae a la memoria, que nunca debemos dejar la sala que prepara la noche, que en ella podemos visitarnos, y aunque no tengamos ninguna cura, podemos en nuestra agonía ser libres. Tú conocerás  muchas cosas, yo otras tantas, y todas tendrán en su interior la semilla de esa estrella, así que ya somos eternos. Tú eres yo y yo soy tú, aunque a veces sintamos que la luna nos dice que no somos nada. Lucía, abro tus fotos y otra vez estás llorando: ¿Qué pasa, muñequita?, yo también siempre te recuerdo. Estás abriendo la misma herida para verte en ese horrible espejo de sangre, en el que ambos ya somos viejos y nuestros ojos dicen que nunca logramos nada. Retrocede, muñequita, apártate de esos gustos, solo sigue mirando la inmensa noche y las estrellas que en ella habitan, no tengas miedo del futuro, si estás aquí y ahora, es porque ya venciste el pasado, nunca digas nunca, porque bien sabes que bajo ese árbol entre columpios, dijimos: "Por siempre". Sus ramas rodean tu cabello y te coronan, ahora todo el bosque se inclina. No seas mala, hermosa muñequita triste, y sigue bailando bajo la luna aunque te diga que no eres nada, tarde o temprano tendrá que reconocer en un sueño que se equivoca. Todas las noches te escribo canciones, que solo el silencio entona, porque te conozco bien, y sé que siempre y con todo, te haces la sorda y la mayor parte del tiempo las personas te dejan muda. Si llueve es otro de mis mensajes, para que dejes de rendir culto a la ira y te recuestes en la ventana. La tarde siempre fue cómplice, de todas las cosas que nunca nos dijimos. Pero la noche es el verdadero beso que siempre quise darte.  




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