lunes, 8 de mayo de 2017

El aire de la luz

Fotografía: Mark Gijsbers



Te quedas sin aire, el insomnio te ha golpeado el centro del estómago con su codo de hierro. Ali ha vuelto al cuadrilátero y tú ya estás en el suelo, sangrando agua. El alma empieza a tocar las puertas, que van más allá de todo lo que los ojos de los hombres pueden ver; nadie abre, no te has dado cuenta que ninguna puerta tiene llave, todas están abiertas como el abrazo de una madre, casi parecen ventanas, es tu mente la que está cerrada. Te quedas sin alma, poco a poco, así es el mundo, así tiene que ser. La dejas fuera para poder estar dentro, del otro lado, de la puerta, del otro lado, del mundo. Y ves una habitación desordenada y vacía y sientes que te pertenece, te complementa, te completa con exactitud geométrica. Quisieras lanzar un suspiro pero no tienes aire; una sombra se pasea por las paredes llenas de rasguños (que conforman una especie de mapa), pero no es horrible aquella sombra carbonada, es una silueta bella y baila en círculos, en una perfecta coreografía y para ti es un ángel. Te sientas solo, como quien pierde, como quien gana. Aparece un vino y te babeas sobre el pecho, pareces una sanguijuela alcohólica y lo único que quieres es olvidarte de ti mismo y, respirar. Quitas el corcho y se escucha una música. No sientes nada. Alguien toca, con buen ritmo la puerta, le dices que se joda o que se muera y éste entra con el alma puesta y todos sus colores te horrorizan; entra sin tus reglas, entra y tú no has salido, y tienes que huir como si todo fuera una terrible trampa, una encrucijada, un motín. El lugar ya no es gris y la luz lo besa, como una mañana de agosto que con honor nadie recuerda: ¿Quién se molestaría?... Sientes un asco y un malestar, vas corriendo al lavamanos y te encuentras con tu rostro lleno de facciones distintas, ahora eres más feo que de costumbre; pero es tu rostro, son tus mismos ojos y todavía te queda alma, por eso te reconoces y te llenas las manos de agua, simulas una fuente y sumerges tu rostro en ella, quieres ahogarte entre tus manos, pero recuerdas que ya no tienes aire, que hace mucho no respiras, que solamente reproduces el gesto mecánico de la inhalación. Creíste que la oscuridad te salvaría y como un disparo la luz te abrió los ojos. Debes volver a seguir siendo nadie, debes volver a seguir buscando todo y, sobra decir, que no vas a encontrar nunca nada. Usted no entiende. Usted no es usted, tenga el valor de reconocerlo, la dignidad natural de aceptar sus invisibles hilos que lo traspasan. Somos un hotel de sensaciones huérfanas, y los meseros son tan emocionales, tan ridículos. Sentimientos en bandeja de plata. Nunca despedimos a nadie de nuestro hotel de pacotilla, y eso nos agrada, una organización sustentable, mediocre. Igual ningún alma se jubila. Qué buena excusa. Las escaleras son el comedor de lujo y las habitaciones ni tienen cama y ni hablar de si poseen una lámpara, la luz de la luna les basta y a veces les sobra. Este lugar nos pertenece, como otro brazo, como otra pierna, un sexto dedo que llevamos con orgullo por los pasamanos del mundo; el lugar es uno con nosotros, es lo único que nos queda y es lo primero que van a quitarnos.

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