martes, 14 de febrero de 2017

Roma es amor al revés

Milton, escribió algunos libros malditos, enamorado de la idea del ángel rebelde, que desafía la voluntad de Dios, y arremete contra la primera pirámide de orden divino y de núcleo, hasta entonces, impenetrable. Arrastra en su ideología pesimista y anarca, la tercera parte de las estrellas del cielo, divinos ángeles bañados en luz, se visten ahora en una caída en conjunto, de llamas y sombras, por amor al odio, por odio al amor. A la vista de cualquier pintor, una degradación de colores primordiales, en la búsqueda de una temperatura nueva, también ejecutada en el fondo, por amor. Con esas influencias, se da a conocer también, en otro libro no mejor y en lo absoluto menos bueno, una frase científicamente cierta y a la vez triste e imprudente: "El amor bioquímicamente, no es diferente a comer grandes cantidades de chocolate". El amor, es simplemente la transfiguración de la palabra Roma. En nosotros, Rómulo y Remo son amamantados por la misma loba que saca los dientes, cada que un complejo nuestro le aruña las tetas, frente a un espejo que quizás es sincero y la loba lo soporta, por amor. El amor, es un imperio que se ha expandido al punto de volverse una creencia ciega, un árbol cuyas raíces están enroscadas en el orgasmo y el abandono que éste trae consigo. Miramos al techo y encendemos un cigarro, el humo da forma a un símbolo, ese símbolo es el de la paloma. Esa paloma, los celos la transforman en cuervo. El cuervo no crea el nido, el cuervo come los ojos. El amor, disminuido a la fracción del beso, narra la historia insignificante y sin embargo mágica, de dos lenguas que se mojan en un baile tan bello y tan frágil a la vez, que corre el peligro de tornarse egoísta y siniestro; de la saliva ese baile puede tomar la forma de una pirámide, de orden ahora natural y humano: la monotonía. Su nombre lo indica, frecuencia de monos. Línea radial traducida por mil impulsos tontos, enterrados en la frase: "Ojalá no te hubiera conocido". Nos atraen unos ojos, unas piernas, las yemas singulares de los dedos de unas manos que, parecen estar recortadas por nuestros propios dientes, en una vida que ya no recordamos haber vivido pero de la cual, encontramos trozos en todos los cuerpos que acariciamos. Mordiscos ancestrales. Se trata pues, de la búsqueda de un cofre, enterrado dentro la lágrima de una viuda que no llora ni frotándole cebollas jóvenes en los ojos. Se trata, del romance umbilical con el espejo. Amamos lo que vemos, vemos lo que sentimos. Al sentirnos nos reflejamos en el otro, ese otro, a menudo es un espejo recién lavado, en el que nos adoramos a nosotros mismos. Cuando el espejo es oscurecido por el vapor de la libertad propia o ajena, por la individualidad del vínculo personal o ajeno, vemos reflejarse entonces, el rostro de un monstruo cubierto de gusanos, y ese monstruo no es más que nuestro propio rostro invertido. El amor cobra forma entonces, en términos prácticos y productivos, de la capacidad artística de poner todo lo que existe, de cabezas.

Pieza visual: Alfredo Facchini

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