Qué sería del Nadaísmo, si se hubiera levantado en los cables y moderadores de luz de nuestra época, si se hubiera abierto paso, tembloroso y tambaleante, entre las pantallas y la publicidad al contacto y la información al instante, rápida y amarilla, de tendencias decadentes y filtros sobre filtros que cargan otros filtros. Qué sería si Gonzalo, fuera un obseso de las inyecciones digitales, si hubiera escrito su "Muerte no seas mujer", en un muro abandonado y también muerto de una sed social cualquiera, es decir, red social cualquiera: siempre se trata de la sed de algo o de alguien. Antes de morir pedimos agua. Qué sería si Arango, hubiera cambiado el rollo de la máquina de escribir, por la luz blanca y la sensibilidad monstruosa de la pantalla del celular y sus sonidos robóticos. Cuántas fotos de perfil tendría, cuántos acontecimientos importantes resaltaría y explicaría: ¿Le hubieran borrado?, ¿le hubieran bloqueado?... Yo creo que Gonzalo nos dejaría en visto a todos, eternamente, y a quien osara enviarle un toque, lo destruiría con un poema sanguinario de esos que tanto apetecía, revelando la idiotez de tal acto, en apariencia dizque subliminal. Yo creo que a Gonzalo le hubieran cerrado la cuenta y él ni cuenta se hubiera dado, yo creo que el Nadaísmo, se hubiera escapado de todo este desperdicio, mal reciclado y mal digerido por el cerebro humano, que no es más que un frijól enorme de carne y venas, clavado a fuerzas en un cráneo. Y allá en la nada, donde nadie lo molestara y pudiera maldecir a los cuatro vientos, se hubiera refugiado con sombrillas viendo caer lluvias de información y pensando cómo escribir una carta abierta al mundo, la primera y la última carta del mundo, recomendando conservar el anonimato de todas y todos, abrazando la intimidad arrebatada, prendiendo velas violetas a la soledad, de cuya cera se formarían troncos de sangre, que el Nadaísmo donaría a todos los locos que se están muriendo en un mundo de insoluble cordura.
Gonzalo Arango, se siente triste. Gabo comenta: "Ya era hora". Andrés Caicedo, graba su suicidio en vivo en YouNow. Hemingway, cierra Twitter y se dispara con una escopeta. Poe, habla de la muerte y los fantasmas en su canal de YouTube, tiene más de un millón de suscriptores y ésto le da asco y le produce ataques de nervios a las tres de la madrugada. Baudelaire, ni lo considera, solo tiene datos para su WhatsApp y como avatar proyecta la vieja fotografía de sus rosas marchitas. Nunca está en línea. Sartre, se crea una cuenta en Instagram y sube fotos de sus cigarrillos y especialmente las colillas. Emil Cioran, comenta con el numeral: #ElCinismoDeLosViciosos. Ahora bien, supongamos que Gonzalo Arango, ve en la tecnología la capacidad de llevar más lejos sus ideas, sus mapas y sus laberintos mentales. Regresemos a la idea del principio, verdad, arrastrémonos de vuelta entre todo ese lago de lodo. Gonzalo Arango, crea un movimiento industrial y literario, arte anónimo y bizarro, y la primera regla es que solo se pueden enviar notas de voz de máximo diez segundos. Así, las frases cobrarán poder. Con el tiempo, crean una segunda regla, y es la de no transmitir nunca nada en vivo, incluso si estaban ebrios de licor importado, nada merece ser grabado en imágenes para los demás si no está dirigido por Alfredo, el gordo cachetón o por Chaplin. El matoneo está más que aprobado, es una pequeña ley adjunta y secreta. Pero no importa qué tan gracioso sea lo que estaba sucediendo, no importa qué tan de moda se pondrían posteando patrañas demasiado humanas, no importa si marcarían lugares privilegiados en las tendencias del día, del mes, ni del año. No, es que no, si Gonzalo Arango tuviera Facebook, hubieran máximo mil usuarios; todos clandestinos, encerrados en mazmorras apartadas del mundo, escribiendo opiniones como si se tratara de las confesiones múltiples de un solo pecado: ser humanos.