miércoles, 1 de febrero de 2017

El día que leí a Nietszche

Tiré la puerta, con la fuerza de quien está enojado, con todos y con la razón de estarlo; ardiendo de ira, revolcándome en el hecho tirano de estar vivo, sin arte. Sin artes haber vivido. Temblaron las paredes del cuarto y el televisor se derritió, se esfumó como un espejismo, entre comerciales pagados. Y dio el permiso de ver, al final de una pizarra llena de lo que las mamás llaman: trebejos, reblujo, chécheres; un libro sin pasta que resplandecía con un aura de antiguedad insólita, desprendía un extraño encanto. Libro al cual, me bastó pasarle suavemente los dedos para conocer su título: "El nacimiento de la tragedia en el espíritu de la música". Ignoro cómo fue a parar allí, y ahora entiendo que ignoro también, cómo llegaron a mi vida las cosas más bellas y milagrosas. Como un imán me atrajo. 

Lo había escrito Nietszche, el alemán, el ídolo, el cristo de Europa. Tenía yo diez y seis años, cuando no sabía que ese tal Nietszche era, todas las cosas que acabo de mencionar anteriormente. Con el afán de escapar de ese sentimiento iracundo que se me había colgado como un vámpiro del cuello, empecé a leer el libro, como quien se interna en la selva para olvidarse del mundo, temiendo toparme con una de esas fieras que asomaban los ojos tras cada máxima que leía yo del bigotón aquél, temiendo convertirme tras el avance de cada párrafo, en el Tarzán de la aventura de Edgar Rice. Absorto en una burbuja nihilista, que parecía salir como un juego, de la pompa de jabón, colocada sobre los labios del mismo Nietszche; me terminé drogando con su visión de la tragedia humana, mi tragedia.

Al principio, me resultó complicado, pero poco a poco, fui comprobando que Nietszche también estaba muy enojado, tanto como yo y también quizás mucho más que yo. No obstante, en su libro, proclamaba una admiración soberbia a Wagner, así transformaba su enojo en elogio, el tipo era un artista, un transformador. Al terminar de leer, supe que Nietszche, había llegado a mi vida para canalizar mi enojo, y cantar juntos, muy enojados, con la bendición del espíritu de la música, entre la algarabía de siete mil millones de simios. Que había llegado a doblar mi vida, para desviar el camino. Damas y caballeros, si están enojados, siéntensen a charlar con Nietszche, toquen a su puerta, abriendo uno de sus libros, no los defraudará. En especial, en estos tiempos tan irritantes, en donde todos estamos tan enojados con el mundo y el mundo tan enojado con nosotros.  


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