viernes, 19 de mayo de 2017

El abrazo del espíritu: amar es permitir

Hemos sopesado la distancia terrible y fluctuante, que incluso, puede verse hecha realidad en el ancestral gesto del abrazo. De niño, capté que un abrazo era un premio que se la daba solo a quien -como es lógico- se lo merece y ha luchado por él. Después con el tiempo, y con el desfile de los funerales, las carrosas de lágrimas, los pesados ramos de flores arrojados sobre las tristes maderas y, algunas desdichas incalificables pero cada vez más frías y borrosas, me enteré de que los abrazos también dolían. Crecer es sin duda, la forma que tiene la naturaleza de hacernos conscientes de todo el dolor que hay en sus procesos. Y en específico el dolor inaudito y cruel del abrazo. 

Era mayo y la lluvia abrazaba la ciudad:

- "Mamá, qué le pasó al tío Edgar y porqué tía Eme está dormida desde las cuatro de la tarde". Esa fue la frase pañuelo que secó las lágrimas de las mejillas de mi madre. Quizá por la inocencia que contenía. Mientras ella volvía a doblar su pañuelo de lino, y a colocarlo entre su puño, me contestó con voz apagada y trémula: "Tía Eme no va a despertar. Duerme para siempre, y duerme con Dios. Se fue a un lugar mejor y ya todo será distinto". 

- "¿Dios está dormido?"... Pregunta el niño que soy yo y que trabajó los huesos que hoy escriben.

- "A veces duerme con quien más amamos, para cuidar que ningún mal del mundo despierte a esa persona que ya está en su gloria".

- "¿Entonces porqué el tío Edgar llora?, ¿No le contaste que Dios está dormido con la tía Eme?, ¿Quieres que se lo cuente yo?... ¡Se va a poner muy contento!". Me levanté del largo asiento de la iglesia, con una alegría que no era requerida allí. Y con el peso violento de la tristeza, pendiendo todo de su mano, agrupado en cada uno de sus dedos, mi madre me regresó a mi lugar y antes de que pudiera pronunciar palabra, me dijo: 

"Todos lloramos porque la tía Eme era muy formal, amable y respetada. Tú te acuerdas. Los almuerzos, el cuidado militar de sus jardines, su paciencia contigo y tus primos, la guitarra y su voz. Su preciosísima voz. Entonces lloramos por eso hijo, pero en el fondo también estamos llorando de alegría y de emoción".

Una fila de abrazos apagó los repetidos sollozos del tío Edgar, mientras las palabras de mi madre plantaban semillas en mi mente y el sacerdote encendía unas velas nuevas y más grandes. Comprendí en ese instante, el dolor de los abrazos que intentan apagar inútilmente, el fuego abrumador de la tristeza, de alguien, que con cada abrazo se siente más solo y más perdido. De alguien, que con cada palabra de aliento pierde más el significado de su vida. Llorar de alegría, reírse de tristeza, querer tapar el Sol con un dedo. Se rompe la brújula y nuestro destino se quiebra. No hay a dónde ir. Y queremos lanzarle la culpa a alguien, pero a pesar de querer tantas cosas, no podemos hacer ninguna. Porque nadie tenía la culpa, de que la tía Eme se haya quedado dormida desde las cuatro y para siempre. Porque Dios es Dios y ante eso nadie es suficiente. Y porque los abrazos se reciben, así duelan igual que una puñalada. Porque todas las cosas se abrazan las unas a las otras, se quieran o no, se curen o se lastimen, y así el universo se sostiene en su caos y los mundos giran sobre sí mismos en esa norma de la nostalgia, abrazados a la noche infinita que se expande en el cosmos como una yaga. Porque ante todo, amamos porque permitimos y nos permiten porque nos aman. Sí, esa es la respuesta a mis preguntas contemporáneas, el universo nos ama y por eso nos permite tantas barbaridades y tantas insolencias. 

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