sábado, 17 de marzo de 2018

El laberinto de cristal

Fotografía: Fred Pierce



Resuelta a enfrentarse a ella misma, se refugió en la profundidad de la noche y en las heladas grutas que se incrustaban en el silencio, abrazó sus sombras y clavó nuevas espinas sobre sus cicatrices, el dolor la purificaba, el abismo se había transformado en un nuevo firmamento, en un fuego azul, misterioso y convulso, que la absorbía por completo. Entregó todo su ser al trance y a las causas etéreas que defendía el juzgado de la tristeza, ahora las tormentas de su alma no inundaban sus ojos; el veredicto era claro y conciso, su nuevo oficio era reflejar el inmenso océano en que las estrellas navegan; la de ella era un barco de luz fantasma, y decidió perseguirlo a través de los peligrosos túneles del pasado; su luz final le prometía una verdad absoluta, y ya no le importaba ninguna condena. Con el corazón envuelto en llamas, liberó todos los fantasmas que alebergó por extensos y hostigantes años, y éstas siluetas difusas, muertas del terror por una desconocida libertad al acecho, la arrastraron hasta un laberinto de cristal, que estaba edificado en los imposibles territorios del insomnio. Allí se disolverían en las arenas de los siglos, en la mágica triangulación del tiempo, del individuo y del espacio. Allí, según susurraban esos seres efímeros y vaporosos, encontraría finalmente a su alma, que también era su estrella, pues lo que habitaba en ella, en verdad era una sombra, un venenoso vacío que le hacía sentir punzadas en el plexo, y constantes nudos en la garganta, por eso el latente pánico ante las multitudes, por eso la percepción horrorosa de que todo el universo, no era más que una tenebrosa persiana poblada de ojos, y que éstos ojos, conducián a otros mundos mucho más lamentables. Comenzó el desafiante recorrido, viéndose repetida en todas las paredes que unidas formaban las encrucijadas de cristal, y que a su vez daban forma al enorme laberinto que soñaba con desvanecerse. Voces del pasado acariciaban sus oídos, monstruos del presente se reflejaban en la superposición de los cristalinos ángulos, espejismos fluían desde el suelo e intentaban sujetarla. Superó la oscuridad cegada por el recuerdo de la luz. La búsqueda fue incesante y atroz. El tiempo cayó como una despiadada lluvia de hielo, y su juventud comenzó a desintegrarse en la humedad del vendaval; la lentitud tomó el control de sus movimientos, la voz se le debilitó y ahora solo producía tenues jadeos e imprecisos ecos indescifrables. Su angustia era el único cronómetro, y su cabello ahora estaba teñido por una gris nieve. Utilizando las fuerzas últimas que la habitaban, encontró al fin una puerta dorada, que se pronunciaba hasta topar las paredes más altas del laberinto, su envejecida mano giró el extravagante picaporte, en el que estaba grabado un león de hierro, con las fauces abiertas y los colmillos pronunciados como serpientes. Una luz inmaculada penetró sus ojos, y una rara esperanza le hizo sentir nuevas fuerzas remotas. Sin embargo, tenía la sensación de que su corazón se contraía sobre sí mismo, sobre sus propias cenizas. La hora había llegado, era el tiempo del tiempo, lo sabía bien. Abrió los ojos todavía lastimados por la luz, y se topó con ella misma, cuando tan solo tenía nueve años, el impacto de la visión la inmovilizó, pero sus ojos siguieron explorando la extraña aparición. Sobre ella su vestido favorito, en sus manos una pequeña caja de música, que la había tranquilizado innumerables veces, cuando veía ojos vigilantes al interior del armario, y extrañas ramas que se estiraban como manos al otro lado de la ventana. El corazón empezó a detenerse al tiempo que cesaba la lluvia. Recordó los susurros glaciales de uno de los fantasmas: "Somos el tiempo que nos queda", la ilusoria niña abrió la caja de música, e invocó la redención final, con una voz de juego e inocencia: "Esta canción nunca se atrevió a olvdarnos". A lo que ella contestó con el último aliento: "Hay melodías que se roban nuestra alma, también vivimos en canciones". Ambas se fusionaron en una luz inabarcable por ojos humanos, y la estrella siguió naufragando por el vacío cósmico, derribando el silencio por donde quiera que va, con aquella inolvidable música. 

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