miércoles, 11 de abril de 2018

La jaula de los fantasmas

Fotografía: Loren Hiz


He salido a deambular bajo la lluvia, decidí ser el verdadero prójimo de mi soledad. Mi única brújula son las centellas azules que estallan con furor, tras las nubes y arriba de las vigorosas montañas que cercan a los pueblos. No tengo ritmo, tiemblo y bailo al mismo tiempo, miro mi reloj de pulso y el agua ha destruido sus engranajes, el frío ha empañado su pantalla, y en el humo que se adhiere al vidrio, veo formarse de la nada el signo terrible de una calavera; parece mover su mandíbula y recitar poemas difusos, no cantan, solo aturden. Estoy navegando en los confines del tiempo, charlando sin pausas con el pasado, dándole una rápida bofetada al futuro. Las contradicciones entablan una amistad duradera. He salido a deambular bajo la lluvia, sin seguridades, con la esperanza de derretirme e integrarme al eco que vaga en la neblina, o mutarme y degradarme en el color celofán de un sueño abstracto e irrealizable. Veo las cortinas sellando las ventanas, las plantas reorganizando sus pieles y sus raíces, pronuncian el nombre de algún Dios olvidado o desconocido. Sombrillas que protegen siluetas a lo lejos, fumando cigarros flotantes, chispeando dolor entre las sombras de los caseríos; proyectando figuras en el vacío aire del silencio. Veo las aves con las alas rotas y humedecidas, la sangre y el agua se comunican. Las veo acurrucándose bajo la valentía de las estatuas, solo ellas comprenden ese lenguaje efímero del silencio y la quietud. Secretean las historias que los niños les confiaron con burbujas y los ancianos con puñados de maíz y arroz, ya vigilan la próxima rama en la que florecerá su reposo. Todas miran cómo su alimento desencarna del mundo y se pierde en el transcurso de la tormenta. La noche late como un corazón que bombea tinieblas y envuelve al mundo. En medio del agua veo esencias que se forman y desaparecen, pensamientos elásticos que intentan cobrar forma, la realidad se resiste. Y me es inevitable empezar a recordar los libros que he leído, uno de ellos insinuaba que la lluvia eran nuestros ayeres entristecidos por el método del olvido. Y que a través de la lluvia intentaban forjar un puente, que miráramos la bóveda celeste y descifráramos sus jeroglíficos, ya sea en el violáceo que tiñe el firmamamento en las noches, o el azul oscuro de un cotidiano día. 

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