domingo, 23 de julio de 2017

Tres puntos y aparte

La luz atraviesa los techos transparentes de la línea de aire de la casa, una madre vestida de tiempo e historias, gira de un lado a otro en la cocina y prepara una comida deliciosa, llena de detalles y sublimes proezas, el aroma de legumbres y caldos se enroscan en las escalas de la casa. La luz clara y fina de las dos de la tarde roseaba las ventanas del comedor, resaltando el humo que se salía de la cocina hasta el patio, inundando las jaulas de los pájaros. Arriba, en el tercer piso arqueado por un techo de madera, descansa un hombre ya entrado en años, que sintoniza asiduamente los programas de la National Geographic, o en su defecto, de Discovery Channel. Vaya investigador nato. La madre arroja al viento un grito sublime: "¡Ya está lista la comida!"... De inmediato, terminan todos sentados entorno a un comedor de vidrio transparente que simula un círculo solar y ellos orbitan con sus conversaciones típicas y sosegadas. Habían elegido al azar un canal en la parrilla de la parabólica que cobijaba la cobertura de su televisor negro, viejo y de marca Sony. La pantalla comenzó a lanzar imágenes de secuestros y asesinatos; el tipo de corbata que ya parecía un retrato inmóvil en el televisor, todos los días y a la misma hora, repitió lo mismo del día anterior: "Nuestro pueblo corre peligro, en las manos de la delincuencia". Todos tenían entendido, que no era nada nuevo, que era como una novela infinita que se repetía capítulo a capítulo, y cada vez más víctimas cobraba. El padre agarra un pedazo de carne de la mesa de noche y se lo lleva a la boca con ansiedad, lo mastica con fuerza y mira en las noticias el rostro de su hija. Y abajo rezaba el siguiente título: "Otra lamentable noticia". Los ojos del padre se abrieron como dos puertas enormes, que iban a dar a un abismo de dolor y efervescencia negativa. Su hija, Sofía, había sido gravemente herida en un enfrentamiento de pandillas y un tiro había atravesado su rodilla y otro el hombro: "¡Voy ya mismo para allá!", gritó la madre en un instante de desesperación, a lo que el padre respondió volviéndola a sentar al lado del sofá, diciendo con voz paralizada: "Tenemos que ir al hospital donde la dirigieron". Agarrada de la idea de llegar primero que todos al hospital, se subió a la idea por el momento, brillante del padre... Y condujeron hasta el hospital, el más cercano a casa, San Juan de Dios, dicen que se llama; con los corazones bailando a la velocidad de la luz. Se bajan del auto con hostilidad al entorno, llegan a una puerta fría y metálica, y se dan cuenta por medio del rostro del médico que Sofía había muerto; el médico mostró que un disparo le atravesó también la cien. Es decir, tres disparos dejaron a una familia sin futuro. 

La mujer que siempre tenía frío


                                      



Al fondo de una habitación teñida de colores grises en las paredes, y de cáscaras de hielo en las dos ventanas, que paralelas y casi al unísono, trataban de iluminar el centro de una oscura recámara, con el apoyo de una luz rayada y polvorienta, producida por el mismo descuido que colgaba con evidencias fieles de los vitrales encajados en unos desgastados marcos de madera; se encontraba tambaleándose sentada en una esquina, temblorosa y con los labios imposiblemente azules, una mujer que en vez de piel, parecía tener una fina capa de nieve sellándole los huesos y los músculos. Aparentemente, tan frágil y clandestina, al aire y a las palabras. Intenté dar un saludo ligero pero mi lengua no podía reproducir sonido alguno y pronto me enteré que se trataba de un fugaz sueño, de un espacio y un tiempo, que hace mucho habían sido olvidados por la realidad y por la mente. Una voz irrumpió el silencio, diciendo cosas en el idioma del frío, después de que esas cosas fueron dichas, y como por una fortuna azarosa y pertinente, comenzó a llover a cántaros, comenzó a llover como si nunca hubiese llovido; las gotas eran largas y muy azules, impredecibles, salían disparadas del cielo, de unas nubes gruesas de grises y luces blancas. Y se estrellaban contra las cáscaras de hielo que adornaban las ventanas del lúgubre sitio. Los golpes sobre el marco, los vitrales de la ventana y el viejo hielo canoso que ya se iba desmoronando poco a poco, acentuaron la luz que se recogía tímidamente en el centro de la habitación, y se pasó de un tono amarillo y opaco, a una estela muy transparente y azul, con el aura indomable característica de un espejismo o de una rápida ilusión. Di un salto y comencé a volar, me miré la espalda por la culpa de los cuentos de la infancia, y vi con asombro que no tenía alas. La mujer se sonrío y pensé que nunca había visto tanta serenidad almacenada en un gesto, la lluvia comenzó a detenerse lentamente, como una canción que se va acabando por medio de vagos ecos que se van mermando los unos a los otros. Recordé con temor que se trataba de un sueño y al instante, me desplomé en el suelo, como una cometa abandonada por su dueño, una cometa que había caído absorta al darse cuenta que los sueños no existen, que los que existimos somos nosotros. Secretamente la mujer comenzó a acercarse, dejando huellas glaciales en el recorrido que emprendió desde el rincón en el que estaba acomodada hasta donde yo me encontraba, ya con la palidez necesaria para recibirla. Se acercó con sagacidad y con velocidad silenciosa, de repente tuve sus labios frente a los míos y comprendí que la lluvia también nos besa y que el frío es un hogar de historias.



.

Entrada destacada

Lo que no es de nadie [POEMA]

Pintura: Albert Bierdstat Soy la tarde azul que marea al mundo el silencioso lago que con sospechas renuncia al tiempo que lo c...